FOTOBIOGRAFÍA VIAJERA

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Nací el 4 de Enero de 1954 en Hospitalet de Llobregat, Barcelona (España)

 

En las siguientes 40 fotos, a una por año viajando por esos mundos de Dios, muestro de manera vertiginosa mi trayectoria viajera. En estas fotos con sus breves comentarios se observa mi evolución exterior e interior.

A los 20 años estoy en la casa de unos amigos en Bruselas, observando un mapamundi. Ya llevaba dos años on the road, desde los 18, trabajando de cualquier cosa en los países que atravesaba (aprendiz de mecánico dentista en París, mozo de maletas en un hotel de Bruselas, pastelero en la isla de Wight, vendedor de quesos en Génova, ayudante de cocinero en Suiza, etc.). Era un mancebo brioso, gallardo, pleno de lozanía y fresco como una lechuga, entrometido, con los ojos bien abiertos. Vestía una camisa arrugada y sin botones en las mangas, más un pantalón de pana sin cinturón. Estaba muy delgado; era vegetariano. En dos años recorriendo diez países de Europa había aprendido varias lenguas extranjeras, a ser económicamente autosuficiente, y también había adquirido experiencia para acometer viajes de más envergadura alrededor del mundo; fue ese un verdadero viaje iniciático.

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 A los 21 años hice la “mili” en la Academia General del Aire de San Javier, Murcia. Soy el recluta junto al policía, el segundo soldado por la izquierda o el quinto por la derecha. Era muy rebelde, vegetariano, inconformista. Primero me destinaron a la Policía, pero luego me cambiaron a los pabellones a sacarle el polvo a los aviones. Nunca volé en ellos; eso era cosa de los alféreces y oficiales.

Para mí fue un shock ingresar obligatoriamente en el Ejército y perder mi libertad tras dos años de vagabundeos por Europa. Pero juré la bandera y la besé, como un buen soldado español. Lástima que no poseo ninguna foto de la jura de bandera. Varios autobuses llegaron a la base de San Javier procedentes de Barcelona, con padres orgullosos para ver a sus hijos jurar la bandera española, pero mis padres no pudieron ir.

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A los 27 años estoy en Rotterdam junto a colegas europeos; soy el de la izquierda del todo, visto un traje gris con un abrigo marrón encima. Cotizaba fletes marítimos para la filial barcelonesa de la empresa de buques ScanDutch. Debía desplazarme con frecuencia para discutir asuntos de transporte marítimo; hoy me enviaban a Rotterdam, mañana a Marsella, pasado mañana a Singapur… pero intuí que había otra manera de vivir más apropiada para mi naturaleza y determiné pedir la cuenta. Trataron de retenerme ascendiéndome a la categoría de Jefe de Negociado, pero fui inflexible y lo dejé todo para estudiar el mundo de manera natural: viajando. Y adopté el Camino del Viajero. Fue la mejor decisión de mi vida.

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  A los 28 años era monje Zen en el Monasterio Bukkokuji, Japón donde me enseñaron a sentir y apreciar en cada momento el ahora y el aquí (ima koko). Resolví viajar con ímpetu allá donde pudiera aprender leyes naturales sobre la existencia, pues ya lo afirma un aforismo sufí: “Busca el conocimiento, aunque tengas que viajar a China”. Durante mis viajes aspiraba a hallar respuesta a una simple pregunta: ¿Por qué estoy aquí? Pero antes tenía que desintoxicarme de una educación aberrante que habían tratado de inculcarme en escuelas y en mi entorno, también de los medios de comunicación dirigidos por seres ignorantes del sentido de la existencia del hombre, que te bombardeaban sin cesar con información alienante que te robaba el alma. Por eso me convertí en monje budista, para purgarme y comenzar a tratar de comprender el mundo a partir de cero.

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  A los 29 años estoy en Palenque, explorando los templos Aztecas, Mayas y Toltecas de Norte y Centroamérica para aprender de sus antiguas ceremonias y estudiar el comportamiento de la Humanidad en todos los continentes.

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  A los 30 años me alojé en el Monasterio Dionisius. Peregriné a pie durante diez días por diez de los veinte monasterios del Monte Athos. Me nutría de todas las religiones; todas me aportaban enseñanzas valiosas para elevar el ser. Todas las religiones eran también las mías, pues eran obra del hombre.

Me sentía regocijado hasta el máximo de los extremos por estar concluyendo (en 1.001 días) la PRIMERA VUELTA AL MUNDO de las siete que realizaría. Aparecería por sorpresa en el hogar paterno un día de Navidad, con una mano por delante y otra por detrás, con la ropa hecha unos zorros, con la bolsa vacía de cosas materiales, pero en compensación llegaría con un caudal extraordinario de enseñanzas de Humanidades y con infinidad de vivencias prodigiosas que enriquecieron mi mundo interior.

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A los 31 años, gracias a las lenguas que había aprendido durante mi vuelta al mundo de 1.001 días, como el ruso, empecé a desempeñarme de guía turístico en diversos países, como la entonces Unión Soviética, mostrando a turistas españoles naciones hoy independientes, como Georgia (en la foto conduzco por el Cáucaso a un grupo de mujeres españolas), Armenia, Uzbekistán, Siberia en tren… además de Etiopía, China, Egipto, Indonesia, etc. Había encontrado una profesión ideal que me permitía ganar dinero viajando.

Nunca nadie me financió mis viajes y jamás me he vendido por un plato de lentejas ofreciendo en mi güeb pócimas crece-pelo, tales como seguros de viajes, hoteles, billetes de avión, cámaras fotográficas, etc. Siempre me sufragué los viajes con el sudor de mi frente, trabajando en los países que visitaba (profesor de lengua española, camarero, cocinero, friegaplatos, recolector de frutas, buscador de oro, etc.), o bien ejercía de guía turístico en España para turistas rusos, franceses, ingleses o italianos.

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A los 32 años estoy en Uzbekistán. En un chaihana de Bukhara hice amistad con unos derviches que hablaban ruso y me contaron acerca de la Tariqa de los sufíes Naqshbandi, en Qash al-Arifan, adonde me dirigí para conocer sus enseñanzas sobre la naturaleza del hombre.

Las gentes son el alma de los lugares, por ello un buen viajero, para poder comunicarse con la mayoría de los humanos, aprende las seis lenguas oficiales de trabajo de las Naciones Unidas (Árabe – Chino – Español – Francés – Inglés – Ruso).

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  A los 33 años poso junto a la Gran Esfinge de Guiza. Durante varias noches dormía a sus pies dentro de mi saco, cuando acababa el show de Luz y Sonido, fuera de las miradas de los guardianes de las Pirámides. La Esfinge me indujo a intuir el significado de los cuatro símbolos de su alegoría, que también representan a los cuatro Evangelistas: el toro, el león, el águila y el ángel. El cuerpo de toro reposa sobre garras de león y está flanqueado por dos alas de águila (hoy desaparecidas), y la cabeza humana evoca amor, es un ángel. Si el ser humano acomete su búsqueda personal con la solidez y fuerza de un toro, con el poderoso arrojo de un león, con miras altas como las que logra el águila en los cielos y, como el ángel, irradia amor hacia todo lo que respira, alcanzará su designio.

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A los 34 años viajé a Pagan (hoy Bagan), en Birmania (hoy Myanmar). En aquellos tiempos el visado estaba limitado a una semana y no pude visitar el antiguo Reino de Arakán, algo que haría muchos años más tarde para buscar huellas de la visita de Buda a ese reino. En la actualidad, zonas fronterizas del noroeste de Myanmar, del  norte de Bangladesh, junto a los estados del noreste de India (las Siete Hermanas) y las Islas de Andamán y Nicobar, ofrecen al viajero osado aventura pura y encuentros con grupos étnicos que parecen pertenecer a un mundo exótico y ancestral que se consideraba extinguido.

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  A los 35 años peregriné a pie a una cueva de Gangotri, donde un yogui me impartía clases de yoga y de Hinduismo (él era seguidor de Shiva). En ese mismo viaje peregriné hacia las fuentes del Ganges, en el Tíbet. Más que un viajero era un peregrino estudiando mi templo, el planeta Tierra. Me uní a sadhus y hombres sabios del Himalaya para compartir ideas y reflexiones que ayudaran a dilucidar el sentido de nuestra existencia en este mundo. Me enseñaron que, independientemente del éxito, siempre que estuvieras buscando estabas en el buen camino. Si dejas de indagar, el germen de tu alma no eclosionará.

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  A los 36 años estoy en Pul-e-Charkhi, Afganistán, en tiempos de Najibullah. A veces mis lances temerarios para penetrar en sitios prohibidos me saldrían caros y pasaría largas temporadas a la sombra. Alcancé las trincheras del frente de guerra de Jalalabad; quería experimentar qué siente el ser humano en esas circunstancias, frente a la muerte. Fui detenido y me condenaron por “espía” a 5 años de cautividad, pero tras 101 días encerrado en mazmorras me liberaron de Kabul y pude volar a Tashkent, en Uzbekistán, y poco después a Moscú y Madrid.

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A los 37 años, en el transcurso de mi SEGUNDA VUELTA AL MUNDO, de 1 año de duración, estoy en la isla de Nendo, en el archipiélago de Santa Cruz (Islas Salomón). Cargaba conmigo una placa del navegante leonés Don Álvaro de Mendaña que encargué en un taller de artesanía de Honiara, hecha de madera noble recubierta de cobre, de 80 por 50 centímetros, con el mapa de las Islas Salomón grabado en el centro, el dibujo de la cabeza de Mendaña a relieve más una frase escrita en español a su memoria. Después compré varios sacos de cemento y me embarqué durante dos días en un bergantín hacia la Bahía Graciosa, junto a la población de Lata, en la Isla de Nendo, la capital del archipiélago de Santa Cruz, donde Mendaña y cuarenta y seis tripulantes de su expedición habían perecido en 1595 debido a la malaria, y gracias a la colaboración de las autoridades locales y de un párroco irlandés, le erigí un monumento.

Hombres como Álvaro de Mendaña, Andrés de Urdaneta, Juan Sebastián Elcano, hasta Alejandro Malaspina y tantos otros, surcaron los Mares del Sur durante los siglos en los que todo el océano Pacífico era un “lago español”. Esos osados viajeros descubrieron y nombraron el 90 por ciento de las islas habitadas de Oceanía.

En la foto soy el quinto por la izquierda o el segundo por la derecha. A la isla de Nendo me acompañó un párroco irlandés (el tercero por la izquierda) para bendecir el monumento y ofrecer una misa réquiem por las almas de Mendaña y los 46 tripulantes de su expedición que fallecieron en esa isla.

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 A los 38 años estoy en Kazajstán viajando en el tren Transkazajstano hasta Alma Ata. Guiaba a un grupo de turistas españoles por Asia Central. En la foto soy el que está de pie vistiendo una camiseta de rayas, tipo Caco Bonifacio, organizando la comida en el vagón restaurante. Además de ganar dinero trabajando de guía, iba conociendo países nuevos.

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A los 39 años conduje como guía a unos amigos españoles al Mar Muerto, en Jordania. En la foto soy el que flota leyendo el diario.

Estaba asombrado ante las maravillas que nos ofrece nuestro planeta Tierra, la nave en la que vivimos. Sentía que rotaba con la Tierra, y que me trasladaba con ella alrededor del sol, y junto a nuestro sistema solar viajaba a través del universo.

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  A los 40 años estoy con un monje etíope en una isla del Lago Tana. Los monjes de los monasterios coptos de Etiopía me aportarían muchos conocimientos sobre el mundo interior del hombre.

Etiopía sería mi país favorito de África, como India lo era de Asia, Papúa Nueva Guinea de Oceanía, México de América y Rusia de Europa (sin contar España).

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A los 41 años estoy en Moscú. Allí trabajé en una oficina céntrica alrededor de 6 meses para una agencia de viajes española, donde vendía noches de alojamiento en hoteles en la Costa Brava y excursiones por España y Portugal. En mis días libres aprovechaba para visitar ciudades vecinas a Moscú de gran interés histórico y turístico, como las formadas por el Anillo de Oro. De este modo llegué a conocer, en viajes de ida y vuelta durante el día, la mayoría de ellas, como Yaroslavl, Rostov Veliki, Vladimir, Suzdal, Sergiyev Posad, Ivanovo, Kostroma… etc. Al concluir mi trabajo regresé a España vía San Petersburgo, donde visité en la vecina ciudad de Pushkin el palacio de Catalina, con su cámara de ámbar.

Con el dinero que gané en esos 6 meses en Moscú financié mi tercera vuelta al mundo.

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A los 42 años estoy en las Islas Galápagos junto al Solitario Jorge, el último macho de una de las especies de tortugas gigantes (moriría en el año 2012). Durante mis viajes no olvidé de interesarme por el mundo de los animales y visitarlos en su medio ambiente: desde los pingüinos de la Antártida a las llamas de Perú, desde los orangutanes de Sumatra a los dragones de Komodo, desde los chimpancés de Uganda a los osos panda de Sichuan. Compartimos con ellos el planeta Tierra. Sus comportamientos, sensaciones e instinto nos enseñan muchas cosas sobre la naturaleza del ser humano. Merecen toda la ternura del mundo.

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   A los 43 años estoy en la Isla de Pascua. Además de viajar a todos los países de la ONU buscaba conocer islas y territorios con entidad propia, y aprender acerca de las costumbres ancestrales de los pueblos de Oceanía.

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A los 44 años navegué por aguas de color esmeralda a la bahía de Ha Long, en Vietnam, en el transcurso de mi TERCERA VUELTA AL MUNDO, de 9 meses de duración. La belleza de la naturaleza también me subyugaba, por eso durante mis viajes incluyo todas los lugares hermosos que se me cruzan. De este modo he admirado las cataratas del Iguazú, el Gran Cañón del Colorado, los volcanes de Kamchatka….

Recuerdo al conductor de un coche que me recogió haciendo autostop en Canadá, cuando al señalarle los sitios tan espectaculares que íbamos atravesando de las Montañas Rocosas, él exclamó: “Cuando Dios creó el mundo, lo hizo beautiful!”.

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A los 45 años ejerzo de guía para turistas rusos mostrándoles las bellezas de Portugal y España. En la foto les señalo el barrio del Albaicín desde la Alhambra de Granada. Gracias a este trabajo continuo de guía durante varias temporadas estivales de finales del siglo XX y principios del XXI en una agencia de viajes de Lloret de Mar (Gerona), incrementaba mis años cotizados a la Seguridad Social. Fue una actividad profesional excelente que me ocupaba el verano, y el dinero ganado me permitía viajar en invierno para seguir conociendo y estudiando el mundo.

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A los 46 años vendo libros sobre una mesa el día de San Jorge en la Rambla de Cataluña, Barcelona (España). Tengo amigos con los que me veo sólo una vez al año (cuando no estoy viajando), precisamente ese 23 de Abril.

La venta de mis libros no me da ni para pipas, pero necesito plasmar mis experiencias viajeras por escrito. Obtengo una gran satisfacción al escribir mis libros y cuando alguien los lee y me los comenta. Tengo amigos que cuando nos encontramos me preguntan por las personas que he conocido durante mis viajes y que describo en mis libros.

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A los 47 años viajé por diez días a la Antártida en un crucero. Fue una licencia que me tomé para acceder a un continente al cual, de otro modo, no me hubiera sido posible llegar. Pagué 2.300 Dólares americanos (precio dumping) por un camarote de lujo.

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A los 48 años estoy en Babilonia, Irak. El estudio de la arqueología para averiguar cómo vivían nuestros antepasados y qué religión profesaban es de sumo interés para el viajero para apreciar el genio humano y su inquietud por la comprensión del mundo. El Mazdeísmo, o Zoroastrismo, religión de los antiguos persas, sigue aún siendo practicada en Irán y en India (sobre todo en la ciudad de Mumbai), además de en algunas partes de Pakistán. En el pasado, antes del advenimiento del Islam, fue la religión mayoritaria de Asia Central y los países de Oriente Medio, incluido Irak.

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A los 49 años alcancé la mítica Lhasa, en el Tíbet. Visité el Palacio de Potala y diversos monasterios budistas, pero me apercibí de que para estudiar el Budismo tibetano, o Lamaísmo, es mejor viajar a la India, país donde emigraron los monjes tibetanos más avanzados.

Fue a mis 49 años cuando concluí la visita a todos los países de la ONU. El primer continente del que visité todos sus países fue América (35), siendo el último Venezuela. Le siguió Oceanía (14), siendo el último Tuvalu. Después vinieron los países de Asia (43), siendo el último Corea del Norte. Tras ello acabé de conocer todos los 47 países de Europa, siendo el último Islandia. Y al aterrizar en Somalia en el año 2003 concluí la visita a todos los 54 países de África.

Además de conocer todos los países de las Naciones Unidas, el viajero responsable se preocupa también por visitar aquellos países que han perdido su independencia, como el Tibet y Sikkim, para conocer la idiosincrasia de sus gentes. Asimismo viaja a los que podrían formarse en un futuro e incorporarse en la ONU, como por ejemplo Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria, Chipre del Norte, República Saharaui, Taiwan, Donetsk y Lugansk, Palestina, Nagorno Karabaj… etc.

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A los 50 años realicé el viaje más caro de mi vida, gastándome unos 5.000 euros. Hoy no lo haría, pero en aquellos tiempos ganaba mucho dinero trabajando como guía para los turistas rusos, y me lo pude permitir. Volé a la isla de la Reunión desde donde abordé un buque científico francés llamado Marion Dufresne, que se dirigía a las Terres Australes et Antarctiques Françaises, con escalas en las islas Crozet, Kerguelen, Nouvelle-Amsterdam y Saint-Paul. La navegación duró exactamente 30 días. Vi muchos pingüinos, petreles, elefantes de mar, lobos marinos y orcas.

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A los 51 años navegué en un crucero de lujo a la Isla de Pitcairn, en el océano Pacífico, aunque a mí me salió a precio de ganga. Al igual que para alcanzar la Antártida, el crucero fue la única manera de arribar a una isla histórica y remota, sin aeropuerto ni servicio regular de barcos. Me alimentaba de langostas, salmón y caviar, todo bien regado con champagne y vodka. Todos los pasajeros parecían ricos y circunspectos. Yo pasé con éxito como uno de ellos y hasta el capitán (que era ruso) me invitó una noche a cenar a su mesa, pues iba camuflado vistiendo una camisa de seda (regalo de mi novia rusa) y mi pantalón de los domingos recién planchado. Hay ocasiones en las que es conveniente ir disfrazado de manera astuta para aparentar ser un adulto responsable.

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A los 52 años peregriné a pie por enésima vez a Santiago de Compostela y de allí proseguí caminando a Finisterre para quemar mis ropas viejas. Era el tiempo de realizar los viajes interiores, de evolucionar de bípedo implume a hombre, de cumplir tu cometido cristalizando lo aprendido, de crear substancias sutiles para nutrir el alma, pues cuando el cuerpo físico muere esas substancias sutiles no perecen y se integran con el todo. A fin de cuentas el objetivo primordial de la vida es vencer a la muerte.

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A los 53 años navegué en un barco de pescadores sudafricanos hasta Tristan da Cunha, la isla más remota del mundo, donde permanecí diez días. Además de visitar todos los países de las Naciones Unidas con la mayoría de sus regiones, también deseaba conocer a las gentes que viven en lugares alejados, como las islas habitadas donde no hay aeropuerto, tales como las que forman la Trilogía: Pitcairn, los atolones de Tokelau más Tristan da Cunha, pues debido a su aislamiento sus moradores desarrollan unas costumbres y actitudes originales dignas de ser estudiadas para aprender psicología.

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A los 54 años estoy en los lindes entre la República de Yakutia y la región de Magadan. Acababa de finalizar mi CUARTA VUELTA AL MUNDO, de 80 días de duración, atravesando el estrecho de Bering desde la península de Chukotka a Alaska.

 En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo (como decía el Capitán Tan) me he encontrado con otras personas que habían adoptado en sus vidas el Camino del Viajero. Hemos disfrutado de la mutua compañía e intercambiado anécdotas sobre nuestra actividad sin fin para conocer y amar nuestro bello planeta Tierra.

Hay pocos viajeros verdaderos, o aquellos cuya primordial actividad es descubrir el mundo y comprenderlo durante su vida entera; se podrían contar con los dedos de las dos manos. Yo he tenido la fortuna de conocer a varios de ellos.

En la foto aparezco en la fila de la derecha, al fondo. Al lado de la mujer está Jeff Shea (estadounidense), y luego André Brugiroux (francés), dos verdaderos viajeros. Comemos junto a unos nativos yakutos carne de reno que me regaló un alcalde de un pueblo siberiano con el que simpatizamos Jeff y yo. Realizamos la Ruta de los Huesos en una furgoneta, a la búsqueda de Gulags de los tiempos de la URSS.

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A los 55 años estoy en Cannes. Allá donde he ido siempre he amado a mi país. Es de bien nacido ser agradecido, y España, además de su bella lengua y fascinante historia, me ha regalado un precioso tesoro para viajar: ¡uno de los pasaportes más poderosos del mundo! ¡Gracias España!

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A los 56 años estoy con un monje Yamabushi, o un renunciante, en la ciudad de Takamatsu, en la Isla de Shikoku. Era una versión japonesa del sadhu hindú. El monje Yamabushi también busca lo mismo que un viajero, pero a otro nivel, en su propio país, recorriéndolo sin cesar alrededor de sus bosques y montañas, lo que no quita que también alcance las mismas miras y estado de conciencia que un sadhu hindú o un viajero consumado. El Camino del Yamabushi, lo mismo que el del Sadhu, es un camino similar al Camino del Viajero, pero a nivel casero. Hablamos durante varias horas, ambos dormimos en el mismo parque, sobre unos bancos de madera. Hablamos sobre Japón y sus peregrinajes. Yo acababa de realizar a pie el Kumano Kodo y él otro similar pero más largo pues le tomó unos tres meses de tiempo, el llamado Peregrinaje de los 88 Templos, en Shikoku.

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A los 57 años atravieso Australia, desde Perth a Sydney, en el tren Indian Pacific. Iniciaba así mi QUINTA VUELTA AL MUNDO, de 5 meses de duración.

Utilizar medios locales de locomoción, por tierra y por mar, evitando al máximo el avión, es lo más apropiado para el buen viajero, pues así, además de economizar dinero, no se pierde lo que está entre el origen y el destino del viaje.

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A los 58 años visité numerosos sitios UNESCO en México.

España, con 48 lugares, ostenta, tras Italia y China, el tercer puesto en Patrimonios Mundiales que aportamos a la humanidad. Si a ellos incluimos los que han erigido los españoles en América y en Filipinas, alcanzamos aproximadamente la centena, o un diez por ciento de todos los Patrimonios de la UNESCO (1.121 en el año 2019), de los cuales he llegado a conocer un 60 por ciento.

En la foto me hallo en San Luis de Potosí, recorriendo durante tres semanas el Camino Real de Tierra Adentro, fundado por Don Juan de Oñate, que transcurre por sesenta pueblos y ciudades, desde Santa Fe de Nuevo México (en Estados Unidos) a México D.F., a lo largo de unos 2.600 kilómetros. Yo logré escalar en veinte de estos sitios. Eso sí, fueron los más interesantes, entre ellos Taos Pueblo, El Paso, Chihuahua, El Parral, Sombrerete, Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, etc., hasta México D.F.

Un buen viajero se interesa por las obras de la Naturaleza y también por aquellas creadas por el hombre. Visitar esos lugares es parte de su aprendizaje de la vida. Y aunque algunos sitios UNESCO tienen escaso interés para el viajero, quedan, no obstante, aún muchos que merecen ser visitados.

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A los 59 años estoy en Papúa Nueva Guinea, a orillas del río Sepik. Acababa de visitar las islas de Ternate y Tidore, Molucas, Indonesia, buscando huellas de la expedición de Magallanes/Elcano, que realizó la trascendental primera vuelta al mundo en la historia de la humanidad. Tras ello crucé al país vecino de Papúa Nueva Guinea. En la foto soy el quinto por la izquierda o el cuarto por la derecha.

No es una foto de posado como cuando se da una propina a un grupo étnico exótico para fotografiarse junto a él. No. Es una foto de viajes, natural; mis compañeros venían conmigo desde Jayapura, en la provincia indonesia de Nueva Guinea Occidental, y cruzamos a Vanimo, ya en Papúa Nueva Guinea. Durante seis días utilizamos canoas, camiones, y caminamos hasta llegar al río Sepik, durmiendo en las Casas de la Palabra ofrecidas por los jefes de las tribus. Yo me integré con ellos y participé en sus vicisitudes cruzando ríos a pie arremangándome los pantalones, con el agua que nos llegaba a la barriga, degusté sus comidas y pernocté en sus cabañas rudimentarias. Al cabo de casi una semana de viaje ininterrumpido todos éramos amigos, compartíamos el yantar y nos tratábamos como hermanos. Fue doloroso despedirme de ellos; nadie tenía correo electrónico u ordenador, ni siquiera sabían qué dirección darme, salvo su nombre y la aldea donde vivían. Tampoco poseían zapatos. Nuestro adiós fue abrazarnos conteniendo las lágrimas.

En las diferentes islas de Indonesia y Papúa Nueva Guinea me encontré con muchas tribus coloridas y me interesé por todas ellas, compartiendo sus costumbres y sus comidas, pues sus gentes eran mis hermanos; también sus antepasados provienen de África, como los míos, aunque los de ellos prefirieron dirigirse al extremo oriente asiático y Oceanía para asentarse, mientras que los míos tomaron la ruta hacia el oeste, hacia Europa.

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  A los 60 años viajé a Xi’an (China) para visitar la estatua dedicada al Viajero Xuanzang, mi gran héroe, mi Maestro. A esas alturas ya sólo viajaba a la esencia de lugares escogidos con un propósito justificado, como es rendir pleitesía a uno de los más nobles viajeros de la historia de la Humanidad. Hacía ya años que en los viajes sólo me interesaba por tres clases de personas que han trascendido su condición de bípedo implume: sabios (como Mulláh Nasrudín), santos (como Milarepa) y viajeros (como Xuanzang).

Allá donde haya huellas de los grandes viajeros del pasado hay que mostrarles respeto y preservar su memoria. Sin los viajeros la Humanidad seguiría viviendo en cavernas, o habría desaparecido.

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A los 61 años concluí mi SEXTA VUELTA AL MUNDO, de 80 días de duración. La dediqué a conocer veinte personajes sabios, santos y viajeros. Desde Nepal a México pasando por la India, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Vanuatu, Tonga, etc. En la foto poso junto al busto de Pedro Fernández de Quirós, nativo de Évora, Portugal,  que capitaneó en el año 1606 una expedición española a Oceanía transportando numerosas familias con hijos procedentes de Extremadura, Castilla y Andalucía, para poblar la isla de Espíritu Santo (isla que aún se llama así, en español), en Vanuatu. Me costó todo un día llegar a este monumento, parte en autostop, varias horas caminando, mojado hasta los huesos por la lluvia. El jefe del poblado, que Quirós bautizó Nueva Jerusalén, me atendió con una gentileza ejemplar y me invitó a frutas. Era antepasado de los nativos con los que se encontró Quirós en la isla de Espíritu Santo, y me contó historias relacionadas con esa expedición. En esa vuelta al mundo también localicé una placa dedicada al gallego Francisco Antonio Mourelle, en Vavau (Tonga), y hallé rastros del gaditano Álvar Núñez Cabeza de Vaca en el estado mexicano de Sinaloa.

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A los 62 años concluí con éxito mi SÉPTIMA VUELTA AL MUNDO, la última, la cual me tomó 80 días atravesando diez países de los cinco continentes: Rusia en Europa, China en Asia, Fiji y Nueva Zelanda en Oceanía, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil en América, y Marruecos en África. Salvo para cruzar continentes no utilicé el avión, sino trenes y autobuses, autostop y los pies, y en el Amazonas usé solo barcos.

El sentido de mis siete vueltas al mundo lo comparé con las aves del poema La Conferencia de los Pájaros, del místico persa Farid Al-Din Attar, que versa sobre los siete valles que las aves han de sobrevolar para alcanzar el Simorg, o su alma.

En la foto aparezco en el Salar de Uyuni, Bolivia. A continuación, desde que dejé La Paz para atravesar en autobús la Carretera de la Muerte, hasta Rurrenabaque en la provincia de Beni, ya solo crucé ríos y más ríos amazónicos en barcos, durante dos semanas sin parar, durmiendo en hamacas en la cubierta.

Según un conocido dicho, para convertirte en una persona completa se ha de haber escrito un libro, plantado un árbol y tenido un hijo. Yo añadiría una cuarta condición: dar una vuelta al mundo (preferentemente de un mínimo de 1 año de duración). Y en mi caso podía sentirme satisfecho pues había escrito 35 libros, plantado numerosos árboles cuando trabajé unos meses como jardinero en un kibbutz de Israel, tenido tres hijas: Paula, Anna y María (Anna me haría abuelo el año 2017, cuando dio a luz a mi nieta Lilia) más mi hijo Lázaro, y dado siete vueltas al mundo.

Tras esta séptima y última vuelta al mundo ya estaba listo para colgar mi pequeña bolsa de viaje y plastificar mi mapamundi. Contando el tiempo neto que había empleado en los viajes con el propósito de descubrir el mundo y adquirir conocimientos sobre el significado de la vida, superaba los 20 años (sin incluir los viajes por trabajo al extranjero como guía turístico, o los de visita a mi familia en Rusia, pues contándolo todo junto alcanzaba los 30 años).

Considero que una persona que haya visitado todos los 193 países del planeta (pasando un mínimo de 24 horas en cada uno de ellos) pero no haya invertido en sus viajes un mínimo de 10 años netos, no es todavía un viajero, sino un amante de los viajes, un AFICIONADO. Una persona que haya visitado todos los 193 países del mundo y haya invertido entre 10 y 20 años netos en sus viajes, además de haber empleado un mínimo de 1 año seguido fuera de su país explorando el planeta, es un VIAJERO. Una persona que haya visitado todos los 193 países del mundo y haya invertido en su actividad viajera más de 20 años netos, además de haber empleado un mínimo de 1 año seguido explorando el planeta, es un CONOCEDOR.

La maestría en cualquier actividad humana se alcanza a partir de los 20 años de práctica, por ello a esas alturas ya me consideraba un connoisseur del planeta Tierra.

Los viajes han sido trascendentales en mi vida, fueron mi universidad, un instrumento que nutrieron y formaron mi ser; les estoy muy agradecido pero ya no los necesito más. Hay que aprender a saber cuándo hay que dejar de viajar. La dromomanía (obsesión incontrolable por viajar) es algo insano, es una patología.

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A los 65 años por fin pude traer a mi familia de vacaciones desde el Extremo Oriente ruso a España. Primero a Barcelona y después a la isla de Tenerife. Ha sido el viaje más tierno y hermoso de mi vida. 

Ahora mi tiempo lo dedico íntegramente a mi familia. Sea en Rusia o en España a mi hijo Lázaro Jorgevich le enseño a hablar el español y a amar todo cuanto respira, observando el impulso de nuestros ancestros de indagar y comprender el porqué estamos en este mundo.

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A los 65 años y 9 meses el Gobierno Español comenzó a pagarme la pensión que me pertenece y me he ganado a pulso, honradamente, pagando mis impuestos como ciudadano español. Coticé a la Seguridad Social de mi país alrededor de 20 años, y pude así recibir una pensión contributiva. Supe nadar y guardar la ropa; es decir, cumplir con la sociedad y con mi alma, tratando de elevar mi ser inquiriendo constantemente sobre el significado y el milagro de la vida, agradeciendo a Dios el haber creado una obra de arte, un mundo tan apasionante y perfecto donde todo encaja, donde todo tiene un sentido si se indaga en cuerpo, mente y alma.

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A los 66 años fui nombrado miembro de la Sociedad Geográfica Rusa. El año anterior había ofrecido en idioma ruso unas conferencias en una de sus filiales de Siberia sobre mis viajes a lugares remotos, además de una visita que realicé al lugar preciso de la isla de Nueva Guinea donde vivió un tiempo el explorador ruso Nikolai Miklujo Maklai en el siglo XIX.

La primera Sociedad Geográfica fue la francesa, fundada en París el año 1821. La segunda fue la alemana, fundada en Berlín el 1828. La tercera fue la inglesa, fundada en Londres en 1830. Y la cuarta fue la rusa, fundada el año 1845 en San Petersburgo, que era entonces la capital de Rusia. Luego siguieron la American Geographical Society fundada en Nueva York en 1851, la de Austria en 1856, la de Hungría en 1872, etc. La española Real Sociedad Geográfica sería fundada el año 1876 en Madrid.

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A los 67 años, vestido al estilo árabe para pasar desapercibido, me introduje en Al-Masjid an-Nabawi (la Mezquita del Profeta), en Medina, Arabia Saudita. En mis manos asgo el Corán que me regalaron en el interior de esa mezquita. Vi también la cúpula verde que alberga las tumbas de Mahoma, Abu Bakr y Umar. Esa noche dormiría en un palacio de medio pelo en la ciudad de Medina invitado por un amigo árabe. Al día siguiente penetré en La Meca y visité Masjid al-Haram, la mezquita más grande y sagrada del mundo musulmán.

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23 de los 24 pasaportes utilizados durante mis viajes

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EN RESUMEN:

En 1974 tenía 20 años, pesaba 60 kilos, estaba ágil y delgado. Era ingenuo, buscador de mi destino, aprendiz de viajero, inquieto. Conocía 10 países. Tenía el mundo entero a mi disposición.

En 2019 tenía 65 años y ya estaba para el arrastre, pesaba 100 kilos, estaba gorilón, barrigón, chaparrito, el pelo canoso con grandes entradas, enorme papada, la cara ancha y con cuello de toro.

Pero me sentía completo; poseía un centro de gravedad y había alcanzado mi equilibrio interior. Había realizado siete largas vueltas al mundo, conocía todos los 193 países de las Naciones Unidas y la mayoría de sus regiones con sus gentes. Los conocimientos de Humanidades más la comprensión del mundo y del significado de la existencia del hombre que me parecía haber adquirido gracias a los viajes y al contacto con hombres sabios, me bastaba para sentirme satisfecho. Por ello, si volviera a nacer volvería a ser viajero.

AFICIONADO A LOS VIAJES: considera mi trayectoria si pretendes acometer el Camino del Viajero. Si titubeas, viaja sólo por placer, de vacaciones 30 días al año, como casi todo el mundo, y adopta el Camino del Obrero: trabaja sin parar de 35 a 40 años pagando a los políticos el 50 por ciento de tu salario (o sea, que tendrás que trabajar gratis para ellos 183 días al año) para que así, gracias a ti y tus impuestos, se jubilen con sueldos astronómicos tras unos pocos años de trabajo (además de aprovecharse de chollos inherentes a sus cargos) y se paguen mamandurrias a miles y miles de “consejeros” y otros parásitos de los chiringuitos innecesarios de las regiones del Gobierno, y viaja con más intensidad cuando te jubiles a partir de los 67 años, si tu salud te lo permite.

O bien busca un Camino intermedio entre el de la Cigarra y el de la Hormiga.

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Mapamundi señalando todos mis viajes por tierra y por mar, sin aviones, pues volar es como hacer trampas. El verdadero viajero viaja a lo Marco Polo, por tierra y por mar, y solo utiliza el avión cuando no hay otro remedio.

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